Juan Rulfo en Tenayuca

Juan Rulfo en Tenayuca

Por Oscar Juárez.

500 años de libertad para Tenayohcan y Teocalhueyacan. Los altépetl tepanecas y otomíes, desde Xocoyahualco hasta Otoncapulco, ese día aliados políticos en un frente amplio militar con tlaxcaltecas, chalcas, mayas, totonacas, malinalcas, matlazicas,  sostuvieron con sus escudos el asedio maquiavélico ideado por el extremeño Hernán Cortés sobre aguas texcocanas y tierras vallesanas ante una defensa heroíca del Huey Tlahtoani Cuauhtémoc.

500 años de la caída de Tenochtitlán frente a la Nueva Atlántida con su espíritu renacentista centrado en la ciencia, la compás magnético y la política para superar el tzompantli y romanizar el movimiento civilizatorio teotihuacano, con sus legados matématicos árabes y olmecas; donde la fortuna y la virtud de cada quien moldea su destino, hace ciudad imaginante como la Villa Rica de la Veracruz para ir sobre la ciudad imaginada en el altiplano Azteca o hace suya y se hace otro como Gonzalo Guerrero y la maya Zazil Há en la sociedad mestiza por venir, o es la primera conciencia que se despliega libre en la historia y con la palabra en la mano, como Malinalli, habla, interpreta, crea sentido y, se asume así misma, como la primer mujer atlántica constructora de un mundo nuevo, un mundo otro donde es posible vivir en la idea romana del derecho y por fortuna no terminar esclavizadas, decapitadas y desmembradas como la Coyolxauhqui.

500 años de buscar como escribió Alfonso Reyes, nuestra propia memoria y nuestro propio futuro atlántico precursor maquiavélico de las revoluciones modernas en Europa: todo cambia, nada permanece.

Juan Rulfo, acostumbrado a los fantasmas y los páramos, hizo sentido en las ruinas vivas del teocalli en Tenayuca, que los misioneros de la Orden Franciscana en 1525 llamaron Tierra de en medio, para conciliar a otomíes y tepanecas en la pila bautismal y dejar libre el paso entre las Sierra de Monte Alto y la Sierra de Guadalupe para llevar Tierra Adentro la vid, alambiques, libros y otros nombres, como ese de llamar tortilla al nixtalmal cocido en  comal en la Nueva España.

La mirada rulfiana caló hondo con su cámara fotográfica entre las sombras y la luz, captó la serpiente teotihuacana alojada entre la urdimbre de la piedra volcánica forjada por los hijos tepanecas de Xólotl, encontró que fuera del Ombligo de la Luna, hay otros mundos posibles, otras formas de ser y entender el cosmos, el movimiento, la palabra.  El complejo sistema político de balances, contrapesos y alianzas militares del altiplano lacustre prehispánico no puede reducirse al altépetl mexica, aún así que Diego Rivera postule un aztecacentrismo con agitados pinceles en los muros de Palacio Nacional, que fuera fuerte novohispano de Cortés y antes tecpan de Moctezuma.

Las reales ordenanzas borbónicas, los Sentimientos de la Nación, el Primer y Segundo Imperio, la Repúblicas Federal y la República Central, el Porfiriato, el Nacionalismo Revolucionario y nuestras cuatro alternancias electorales del siglo XXI siguen mirando hacia el Ombligo de la Luna para intentar una restauraración siempre fallida del centralismo administrativo tributario mexica, de ese ogro filantrópico paciano, que ya no es posible sostener más en la globalización, en la era planetaria que inicia con el barco de Magallanes y que hoy navega através del internet de las cosas.

500 años después de que Juan Rodríguez de Villafuerte colocará a la virgen de Los Remedios sobre la piedra sacrificial del Templo Mayor como signo de comunión y paz para dar fin al sitio de Tenochtitlán, nosotros, las actuales conciencias políticas de esa alianza llamada mestizaje, más que nunca, estamos llamados otra vez a dejar de ser lo que somos para ser otros, en un mundo nuevo, donde asumamos el profundo sentido multicultural de nuestra república atlántica que hemos convenido en llamar México, el Ombligo de la Luna, nuestra Civitas Solis.

Solo así podremos mirar  de entre el sol y la luna, de entre la serpiente teotihuacana que el águila mexica devora sobre la piedra tepaneca y que el arte moderno redescubrió en Tenayuca, cuando Rulfo se propone seguir los rastros paisajistas de José María Velasco, la fotografía rulfiana nos invita a salir de la piedra volcánica transfigurada en serpiente, precisamente, entrando en sus sombras, como lo hicieran, Mathias Goeritz, Wassily Kandisnky, Josef Albers, Bob Schalkwijk, Manuel Álvarez Bravo y el propio Juan Rulfo.

Hace 500 años surgió hispanoamerica y los origenes de la nación que queremos ser.


Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.